Hace algún tiempo que pensaba publicar este post, y acabo de darme cuenta que, después del desfile de ayer y de las reflexiones al respecto que estoy leyendo en la prensa y los blogs (ya sabéis, los silbidos a los políticos y todo eso), creo que este es el momento de abrir el debate sobre las banderas...
Y es que esos dichosos trapejos de colores lo único que nos han traído y siguen trayendo son problemas a todos... así ha sido desde que alguien decidió que estaba más interesado en diferenciarse del vecino que en parecérsele, y pintó colorijos en su casa. Y aún peor es quien haya inventado los himnos... a ese habría que colgarle por los pulgares (si de algo me siento orgulloso en cuanto a himnos, es de que -teóricamente- me representa uno sin letra... eso que nos ahorramos); misma reflexión para los desfiles (os recomiendo la lectura de la columna de Trueba de hoy).
Parece que estamos viviendo útimamente una auténtica exaltación del sentimiento patrio (cada uno el suyo, claro), bien sea por el mundial (¿qué mundial? el de fútbol, hombre), bien por la sentencia del estatut de Cataluña, externalizándolo principalmente en forma de banderas colgadas por doquier (cada uno la que considera suya, claro). Entiendo que el tema deportivo no hay que extrapolarlo más allá de lo razonable, pero lo cierto es que este mismo espíritu generado por otros motivos (políticos, económicos…) me habría parecido altamente preocupante.
Personalmente opino que este tipo de sentimientos, no sé si llamarles “grupales”, si bien estrechan lazos entre algunos pequeños grupos sociales, también rompen los lazos con el resto de la sociedad; por decirlo de otra forma: unen a unos pocos separándoles del resto. Y las banderas, los himnos, no me parecen otra cosa más que la manifestación de estos sentimientos localistas, anacrónicos. Y no me gusta ninguna manifestación dirigida a separar…
Insisto: no tengo nada en contra del seguimiento y el apoyo a los deportistas que, por el motivo que sea, nos resulten más simpáticos; sea la selección nacional o el club de fútbol de turno; sea Nadal, Contador o Fernando Alonso (sea Federer, Amstrong o Vettel). Todos podemos vibrar y emocionarnos con estas situaciones y, al volver a la calle, a nuestra vida diaria, continuar sintiéndonos parte de un todo, sin despreciar a otros por haber nacido a cinco mil kilómetros de distancia.
Una de las cosas buenas que nos trae la globalización, y que debemos continuar desarrollando, es precisamente la disminución de este tipo de sentimientos. Me encanta que un montón de gente, de todas partes, no sólo de mi país, sea capaz de leer este blog, aunque esté escrito desde un sitio concreto. Creo que esto ayuda a que nos entendamos mejor, y, por tanto, a reducir fricciones lo que, sin duda, será positivo.
Ciudadanos del mundo.
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Las banderas son símbolos de grupos. Lo seres humanos somos individuos sociales, con tendencia a agruparnos en sociedades (en el sentido más general de la palabra) formadas por personas de similares características. De ahí que las usemos, siendo reivindicativas la propia condición, la que es base o nexo del grupo, frente a la de un grupo distinto, desigual o contrario. De todos modos, todas las banderas no son iguales, en el sentido de que no representan al mismo tipo de conjunto de personas. Se debe a los distintos estratos sociales y, sobre todo, políticos en los que se reparten las sociedades.
ResponderEliminarSi no hubiera otros diferentes ahí al lado, ¿para qué querríamos reivindicarnos (se hace siempre frente a otros)? ¿Tendrían sentido entonces las banderas? Es obvio que no.
Esta es la historia...
Saludos.